24 mar 2012

Camino a la perdición

Por circunstancias viciosas de la vida, en los últimos tiempos he ido viendo como conocidos, familiares y demás elementos del heterogéneo grupo que denominamos allegados han ido cayendo en las fauces del cáncer. Ya sea de estómago o de colon, por fumar demasiado o por imperativo genético, distintas personas han tenido que padecerlo y casi todas ellas fueron derrotadas.

Esta macabra serendipia me hace preguntarme cómo en la sociedad que accede a la información a través de tabletas portátiles, que puede conocer la cultura o los problemas de casi cualquier lugar del mundo a través de un teclado y un ratón, una sociedad en la que el mercado farmacéutico es el segundo que más dinero maneja del mundo y donde los multimillonarios se van de vacaciones al espacio, todavía no se ha sabido encontrar una cura contra el cáncer.

La tecnología crece y se perfecciona a una velocidad vertiginosa y sin embargo hay enfermedades que siguen acabando con nosotros sin que seamos capaces de arrancarles ninguna nueva esperanza. Y el cáncer es sólo una de las enfermedades que siguen lastrando el bienestar mundial. Epidemias sistémicas y enfermedades que fueron olvidadas cuando se erradicaron en el mundo occidental siguen matando adultos y niños a lo largo de buena parte de la corteza mundial.

Todo ésto me hace preguntarme cómo sería el mundo si todo el tiempo, el trabajo, el dinero, y la dedicación que se ha dedicado a la investigación armamentística se hubiera empleado en la investigación médica. Hasta qué punto cambiarían las cosas si en lugar de los descubrimientos nucleares o el perfeccionamiento de fusiles hubiera habido más descubrimientos de nuevos medicamentos, tratamientos más efectivos o una cobertura sanitaria global mayor.

Más allá de la evidente transformación económica y política, quiero pensar cómo sería todo si el hombre se hubiera preoucupado más por la medicina que por la guerra. Alfred Nobel o Albert Einstein son algunos ejemplos de investigadores que se arrepintieron de sus descubrimientos relativos al desarrollo de nuevos explosivos (dinamita y bomba nuclear) cuando fueron conscientes del peligro que iban a suponer para la humanidad. Sin embargo el arrepentimiento siempre viene a posteriori. Así, paso a paso se ha llegado a desarrollar la capacidad destructiva como para hacer desaparecer el planeta y otro par más. Me resulta difícil comprender por qué no se piensa en esta clase de riesgos de modo preventivo y no como arrepentimiento por la bestia creada. La idea de que no hay nada más sagrado que la vida humana debería haberse extendido con más contundencia.

Mis ideas serán muy utópicas, y la teoría de Gaia muy improbable, pero lo cierto es que la historia de la humanidad es la historia de la construcción de una autodestrucción.


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