17 sept 2010

Un culo en el cristal

Dicen las malas lenguas que nunca se valora realmente algo hasta que se pierde. Eso es mentira. Lo que se valora es el dolor que produce esa pérdida, porque la trascendencia de la experiencia, por muy tácita o subyacente que sea, nunca queda en vano. La consciencia del directo es irrelevante porque, a la hora de la verdad, cuando uno hace balance del pasado entiende por qué nadie sabe explicar como cinco o seis palabras articuladas por una voz inconfundible bastan para derrumbar a la biblia en verso que recite cualquier ignorante. ¿Por qué el jarabe de litrona tiene un sabor tan especial cuando se disfruta con los que sabes que realmente son los tuyos? Hay momentos imposibles de titular pero aún más difíciles de olvidar. Las nomenclaturas del tiempo dan igual. Son oasis de konfianza en un mundo cada vez más desconcertante, la verdadera plenitud de las certezas. Donde se esconde la sinceridad vital. Reconocer el poder de una sensación que ni tiempo ni distancia van a variar. Y eso nunca se podrá explicar, porque el que sepa donde se encuentra el misterio de la auténtica amistad nunca entenderá la magia de esos momentos que se tatuan en la mente sin motivo aparente; situaciones banales de emotividad fuerte que con el paso del tiempo sobrevivirán en mi presente.
Buena suerte.